Fuimos muchos, nosotros entre ellos, los que asistimos a su conferencia
el pasado 14 de febrero, día reconocido por las empalagosas banalidades que
ofrece el amor y no por el asunto que nos ocupa, desgraciadamente. Ignorando el
brillo de los globos en forma de corazón y el exquisito aroma del chocolate,
nos sumergimos en una apasionada discusión de la mano de María José Calero como
una de las protagonistas de esta maravillosa jornada. Fue precisamente el
sexismo lingüístico el que hizo acto de presencia en este día tan especial en
el que los amantes se funden en sus eternas promesas de amor, en el que la más
pura discriminación sexual aparece en forma de notitas infantiles que los
chicos regalan con nostálgica timidez a sus amadas.
Doña Calero, a pesar de no comprometerse demasiado ni otorgarnos muchas
vistas de su opinión personal, fue generosa al mostrarnos un extenso compendio
de autores y sus diversos puntos de vista con respecto al sexismo lingüístico. Su
arranque comenzó con menciones a Rosa Aguilar, famosa política, y su polémico
“ciudadanos y ciudadanas”; a los años 70, con el inicio del sexismo en el
lenguaje y su inadvertencia hasta los tiempos presentes; a la cantidad de
escritos que han surgido en forma de libros y revistas, publicaciones que han
debido esperar sus décadas para ver la luz en nuestro idioma. “Lenguaje y
discriminación sexual”, “Antropología de la mujer”, “Sexismo lingüístico”,
“Lenguaje femenino, lenguaje masculino”, “Género gramatical y discurso
sexista”, son solo algunos de los muchísimos libros que la señorita María José
Calero supo proporcionarnos con característica, y también bastante
interrumpida, profesionalidad.
Los que presenciamos su charla pudimos oír que fue a partir de los años
90 cuando el tema del sexismo lingüístico comenzó a tener una mayor repercusión
en nuestras vidas. Pudimos saber que los especialistas apoyan que las muestras
más descaradas de sexismo se ocultan en los refraneros populares, en los versos
de los romances y en la musicalidad de los cuentos populares que han sabido
acompañarnos desde nuestra más tierna infancia. Aprendimos que el léxico
español esconde algunas palabras que, a diferencia con el hombre, sí mantienen
un carácter peyorativo con respecto a la mujer: decimos “fulano” para hacer
referencia a un personaje masculino anónimo, pero decimos “fulana” para tachar
de ramera a un personaje femenino. Tantos otros casos se dan de la misma forma,
tantos y tan desapercibidos.
Muchas han sido las proposiciones que se han presentado con motivo de
solucionar estas “discriminaciones” en la lengua, como la supresión del
problemático colectivo masculino y su sustitución por palabras de origen neutral
que referencien por igual a ambos sexos.
Dando la espalda a visiones personales, que más de una discusión han
provocado en todas las aulas de nuestra amada filología y entre todos sus
alumnos, que cada cual aborde este controvertido tema con su mayor valía
literaria y particular.